En estos días de encierro distópico he viajado más que cuando salía. Llegando de Toledo, España, donde estuve visitando el Museo del Greco, asistí al Hay Festival en Querétaro. Hablé con Paul Auster y Salman Rushdie, escuché a Julieta Venegas. He visto desde lejos y más cerca que nunca cómo se va reinventando mi entorno, cómo esos espacios que mucho tiempo han sido mi casa: museos, salas de conciertos, parques y jardines, están cerrados. Dicen que el arte, sin destinatarios, no tiene sentido. Y ¿sin espacios?, me pregunto yo. Cierto que para quienes nos dedicamos sobre todo a oficios en las letras estamos acostumbardos más al encierro en soledad; el encierro acompañado es lo que ha cambiado. Decía Paul Auster, en una entrevista durante el festival: “Yo no escribiré sobre lo que me pasó a mí durante la pandemia, sino lo que he visto afuera, lo que les ha pasado a todos los demás.” En otra plática se habló sobre los libros como refugio del caos, el encuentro de sosiego y amparo e