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#MujeresdeMéxico Nahui Olin



Performática, representa muchos tipos de mujeres…

Bella, inteligente, rebelde, irreverente, auténtica; artista. El rostro y el cuerpo de Carmen Mondragón hipnotizó a fotógrafos y pintores. Se convirtió en la musa por excelencia. Amante de varios, amiga de todos, Carmen tenía tal dominio de su persona que cautivaba. No era sólo bella e interesante; era actriz, manejaba su cuerpo, lo exponía, respondía al pincel, a la cámara, sabía ser inmortal.

Hija del General Manuel Mondragón conoció los privilegios de la clase alta en la era Porfiriana. Educada en el extranjero pudo huir, aunque sea un poco, de la mojigatería mexicana. Ya a los diez años escribía: “No he vencido con libertad la vida, teniendo derecho a gustar de los placeres, estando destinada a ser vendida como los esclavos, a un marido”. Supo lo que quiso y cómo conseguirlo; quizá sí llegó a vencer, vivió con total libertad.

Cosmopolita y mundana, lo primero que aprendió fue a utilizar su cuerpo como vehículo de creación. La cámara la adora. Performática, representa muchos tipos de mujeres; de ensoñaciones. Alguna vez dijo “cuando poso soy otra” y no se refería únicamente al papel representado en la pose, como modelo, sino era otra artista más; lo que quedaba muy claro cuando mandaba invitaciones a coleccionistas a “su exposición de desnudos”, la exposición era del fotógrafo Roberto Montenegro.

Como musa marca un canon estético en el arte mexicano. Artistas como Diego Rivera, Eduard Weston, el Dr Atl… la pintan o retratan. Las temporadas que pasa en México, se codea con la flor y nata del mundillo del arte en ese entonces. Desayuna con José Vasconselos y cena con Xavier Villaurrutia. Vive en un mundo de hombres y le encanta. Sus amigos, artistas, amantes y maestros incluyendo a Weston, Atl Rivera, Rodríguez Lozano y Antonio Garduño fueron todos hombres.

Aunque también le gustaba tomar el rol estereotipado que creía se esperaba de una mujer: la esposa abandonada y maltratada. Cuando necesitaba ayuda femenina solo confiaba en su madre o sus hermanas. Separaba por completo ese ámbito doméstico del artístico. Todas estas actitudes siempre envolvieron con un halo de misterio su vida; el paradigma de la mujer independiente, artista, pero sobretodo una mujer que luchó por ser libre.

Es en la década de los 20´s y los 30´s cuando produce su mejor trabajo, además de colaborar como modelo con los artistas más importantes de la época. Del 1922 a 1937 produce cinco libros que son claros ejemplos de modernismo europeo. Los libros en sí son objetos de arte, pequeños, con cubiertas dibujadas a mano.

Fue mucho mejor pintora que escritora, aunque ambos ámbitos de su vida creativa son interesantes como documentos de su vida; son memorias donde amigos, viajes, incluso sus mascotas son protagonistas. Tanto en sus poemas como en sus pinturas, se trasluce la vida emocional y erótica de Carmen Mondragón, que se convertiría gracias al Dr Atl, su amante, en Nahui Ollin, que en náhuatl significa “cuatro movimiento”.

Hasta su forma de pintar cambia cuando se convierte en Nahui, Mondragón contenía la pincelada y el color, Ollin la diluía, soltaba la pincelada, sus colores brillaban; incluso su composición se relajó, quizá Atl hizo más que rebautizarla. Realizó numerosos autorretratos donde le gustaba pintarse con hombres siempre bien parecidos. A veces besándolos, en poses desmayada, su erotismo es tan natural que se transmite hasta en su mirada. En su obra se ve el placer que sentía por su cuerpo, aprecia el placer de la fisicalidad; de la voluptuosidad de su cuerpo como sujeto, incluso de ella misma.

Se definió como “una llama devorada por si misma” tuvo varias parejas se casó más de una vez. Del Dr. Atl aprendió mucho, pero de quien se enamoró fue de Eugenio Agacino, un capitán de barco que durante un viaje, en 1934, se intoxicó y falleció en Cuba. Nunca lo olvidó.

Su leyenda ha ido creciendo con el tiempo, incluso su muerte ayudó a aumentarla. Vivió sus últimos años en una casa heredada de su familia. Trabajaba como maestra de pintura y apenas se sostenía con eso y una beca que le otorgó Bellas Artes. Aunque siguió siendo dueña de su cuerpo y su mente hasta el día de su muerte, se le veía por la calle vestida en harapos diciendo: “soy la dueña del sol: cada mañana lo hago salir con mi mirada, y cada noche lo devuelvo al ocaso”.

Anitzel Díaz

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